Por: Grover Pango Vildoso
Medio siglo de vida no es poca cosa. Seguramente no cientos sino miles y aún más deben ser las personas que han vivido, con emociones diversas, las Bodas de Oro del Colegio jesuita “Cristo Rey” de Tacna, que se acaban de conmemorar.
Algunas cosas no tan públicas hacen parte de esta “adenda” personal.
Dice la gente que la ceremonia más emotiva ocurrió el domingo 18 de noviembre con el desfile de las delegaciones de alumnos, ex-alumnos, profesores y ex-profesores del colegio. Lo más nostálgico fue oír la vieja melodía de “El puente sobre el río Kwai”, la primera marcha que distinguió al colegio en los desfiles, nuevamente entonada por los ex –alumnos impecablemente vestidos con sus uniformes azules y sus kepís blancos, con varios kilos de más y bastante cabello de menos.
Más de uno –me dijeron-, amenazados por los sollozos que parecían ahogarlos, tuvieron dificultades para soplar sus pequeñas flautas.
La grata Cena de Gala reunió a todos quienes tenían algo que ver con alguna circunstancia de la ya añosa historia de “Cristo Rey”. Una cariñosa comitiva de visitantes jesuitas trajo su saludo a la institución cincuentenaria. Seguramente no hubo tiempo para citarlos uno a uno, pero por cierto allí también estaban los docentes, hombres y mujeres de las más primeras horas del colegio, así como varios otros que han superado, y con creces, las tres décadas de trabajo en sus aulas.
La obra educativa no sólo está compuesta por la labor pedagógica.
Es sin duda la más importante, pero detrás de ella (o antes de ella) hay otra silenciosa y poco reconocida. Por ejemplo la del personal de apoyo, los administrativos, los trabajadores manuales.
Por estos últimos va nuestro saludo a Moisés Velásquez Quispe, horticultor y granjero que ha pertenecido a “Cristo Rey” desde antes que exista como tal, cuando el P. Fred Green lo llamó a su lado para esas tareas que alguien tiene que hacer aunque no se sepa quién.
Qué gusto verlo en la cena, rodeado de la gratitud de quienes no lo olvidan.
Una labor distinta le cupo a don Jorge Odriozola Barbe, el amigo benefactor y el padre de familia que tanto hizo no sólo por la obra física del colegio.
Cuánta ayuda consiguió y de qué manera supo comprometer a la empresa Southern Peru Copper Corporation en el apoyo material, pero también su tarea en otros aspectos más personales que supo mantener con discreción de caballero.
Ausente hace décadas, su espíritu bondadoso y bonachón rondaba entre las mesas, recibiendo nuestro recuerdo agradecido.
Como don Jorge, cuántos padres de familia se comprometieron con el proyecto “Cristo Rey”, bastante más allá de su natural interés de cuando sus hijos eran alumnos.
Cuánta gente amiga quiso ayudar, sin duda atraída por la seriedad institucional de la Compañía de Jesús a la vez que por el ejemplar liderazgo, la infatigable dedicación, la exigencia por la calidad, la personal vigilancia y la convocatoria del amigo -tan valiosa como la del sacerdote- proveniente del P. Fred J. Green.
Finalmente saludemos a los ex –alumnos, con precisión a los más antiguos, que llegaron también para esta fecha irrepetible. Ellos son –a fin de cuentas- la razón de ser del colegio.
Con toda humildad escogieron una mesa larga y algo lejana de las luces. Luego, cuando ya las formalidades fueron desplazadas por la espontaneidad, fueron atrayendo a todos quienes los vemos con orgullo.
Ellos saben cuánto el colegio les dio, especialmente su ejemplar director. Todos los demás sabemos cuánto valen.
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