Un Perú profundo y verde

Por: Grover Pango Vildoso
Tal vez la ciudadanía (que también se llama “mayoría de edad”), que ahora se alcanza formalmente a los 18 años, debiera obtenerse con algo más que con el cumpleaños.
 En el mundo de las cosas imposibles pero maravillosas podría ocurrir que la entrega del DNI se hallara condicionada a un requisito: que el joven ciudadano haya conocido por lo menos un lugar muy distinto al de su residencia.
Que haya estado allí siquiera una semana, pero no en un hotel ni en excursiones turísticas solamente, sino habitando en un hogar, compartiendo la cotidianidad familiar de sus anfitriones.
Tal como esas experiencias de “intercambio familiar” que se promueven en pocos colegios y entre familias abiertas y hospitalarias, generalmente con otros países.
Digo, es un decir. Pienso en esto estimulado por el retorno en visita de trabajo a Tarapoto, en San Martín, y siento que vuelvo a descubrirlo todo, con admiración y respeto, como si fuera la primera vez que hubiera estado allí. E imagino la muy valiosa lección que los peruanos jóvenes tendrían si les fuera posible conocer siquiera una parte de este inmenso país que es el nuestro.
Y tengo la seguridad de que lo amarían más. En Tarapoto como seguramente en todas partes, muchas cosas van cambiando –para bien más que para mal- así como hay otras que persisten pues están enraizadas y no necesariamente van a cambiar.
De esto me voy enterando en las sesiones de clases y a la hora del almuerzo con el grupo de estudiantes con quienes trabajo, como revisando la prensa, escuchando noticias o en la V Feria del Libro y II Encuentro de Literatura Amazónica que allí se están realizando.
 En tiempos de globalización e imparable transformación tecno-científica, resulta emocionante comprobar que los asistentes a nuestros cursos perciben claramente que la hospitalidad y la sociabilidad, la alegría, la sencillez y aún la ingenuidad son rasgos de su forma colectiva de ser.
Como no podía ser de otro modo, valoran la naturaleza como fuente alimentaria y salutífera.
 No obstante su saludable identidad, viven la angustia del destino incierto de sus costumbres, las que desean proteger de amenazas foráneas, nacionales y universales, al mismo tiempo que advierten los peligros de su poca asertividad frente a las ventajas o las asechanzas de la modernidad.
Asimismo hay preocupación por las viejas rencillas departamentales que, en tiempos de descentralización, asoman como una amenaza absurda.
 En un ámbito prospectivo, San Martín es la Capital Iberoamericana del Cacao y sabe que su producto se encuentra entre las 50 mejores muestras del mundo.
Ello les da no sólo orgullo sino impulso empresarial, además de comprometerlos en la celebración del “Día del Cacao y el Chocolate”, cada 1° de octubre.
 Como Tarapoto, todo San Martín es una promesa y tiene un destino con retos que superar. Además de ser ya un importante destino turístico, se está promoviendo una diversidad productiva que concilie sus grandes potencialidades con el consiguiente respeto ecológico y con modernas formas de asociatividad para producir mejor e incursionar con habilidad en la exportación.
Saberlos en ese empeño estimula nuestra convicción de que el Perú avanza. Ojalá cada día más “Firme y feliz por la unión”.



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