Una historia de retrocesos

Por: Grover Pango Vildoso
Esta es otra historia de la vida real. No mencionaré nombres porque no hay animadversión personal con nadie, ni menos contra la descentralización o contra los “gobiernos regionales”, en los que tantas esperanzas sigo teniendo. Pero esto ocurre y cualquier parecido ojalá sea pura coincidencia.
En esta ciudad, de cuyo nombre no debo acordarme, hay una mansión que fue hace muchos años declarada monumento histórico, tanto por su valor arquitectónico cuanto –y especialmente- porque allí nació un personaje muy valioso e importante para el país.
Afortunadamente el Banco de la Nación es propietario del inmueble por lo que está garantizado su adecuado mantenimiento. El gobierno regional de entonces –hace como una década- tomó la iniciativa de poner en valor el inmueble y administrarlo de modo directo, para lo cual firmó un convenio con su propietario. Luego de restaurarlo, entregó la conducción del proyecto a personalidades que conocían del asunto, invirtió fondos al adquirir la biblioteca y la documentación privada de aquel hijo predilecto, todo ello con la finalidad de, luego de una catalogación profesional con la asistencia de las entidades respectivas, abrirla al público como una casa-museo y como una entidad de consulta altamente especializada.
Terminó el periodo de aquel gobierno regional y el siguiente, aduciendo que el proyecto merecía ser aún más importante, primero lo rebautizó y luego despidió a quienes habían iniciado el trabajo, nombró nuevos responsables que, si bien era gente entendida en el tema, no duraron mucho tiempo en el cargo ante el evidente olvido de que eran víctimas. La gran promesa no se hizo realidad, no se tuvo el celo necesario con la valiosa documentación heredada y se llegó al final de aquel segundo gobierno regional con un debilitamiento ostensible del tan elogiado y valioso proyecto. Con el siguiente gobierno regional renacieron las esperanzas pero sucumbieron muy pronto y para mayor tristeza todavía.
La bella mansión simplemente lucía abandonada, se supo que libros y documentos se hallaban arrumados, hasta que el Banco de la Nación solicitó la devolución del inmueble al comprobar que el tiempo y las condiciones que habían generado el convenio interinstitucional habían terminado.
Las nuevas autoridades regionales se preocuparon en retirar los libros y documentos que eran de propiedad institucional, por cierto, y no se sabe dónde ni en qué condiciones se encuentran en la actualidad. Sólo se ha llegado a saber que, con sorpresiva preocupación, se viene hablando de la “desaparición” de parte de aquel patrimonio, aunque nada se conozca con certeza, habida cuenta del desorden con que se lo manejó y el desconocimiento público del catálogo que sí se hizo al principio.
Una de las mayores esperanzas de la descentralización ha sido –y sigue siendo- una aplicación exitosa del principio de subsidiaridad. Nadie entiende, en consecuencia, qué ocurre con las autoridades regionales cuando tienen el deber de realizar lo que antes NO SE HACÍA BIEN por culpa del centralismo y ahora les corresponde hacerlo.
Sólo existe la nefasta explicación de que NO LES GUSTA CONTINUAR lo que han iniciado sus antecesores y temen no merecer el reconocimiento ciudadano. Y por eso llegan al extremo de preferir que todo se venga abajo antes de continuar lo que está bien orientado o realizado. Llámese mezquindad, soberbia o ignorancia, escoja Ud. cuál es peor. Claro que con cualquiera de ellas se retrocede.


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